El libro lo conforman nueve relatos de ficción. Tres se ciñen a una ciudad, tres a una región, uno al viaje en el Expreso de la Reunificación, otro a lo que allí se conoce como “la guerra americana” y, por último, hay uno que abarca un recorrido de norte a sur por el país.
Su objetivo no es elaborar una crónica del viaje realizado al Sudeste Asiático en otoño de 2008, sino a través de la fabulación, hacer una evocación sentimental de aquello que dejó poso en su memoria.
Fue una tarde muy agradable en la que pudimos compartir una vez más el placer por la lectura. Agradecemos a Gabriel que estuviera con nosotros para ayudarnos a comprender su forma de fabular tan exquisita y para hacernos viajar con nuestra imaginación a Vietnam, de la mano de unos personajes entrañables. Gracias también por compartir con tanta sinceridad y entusiasmo tus vivencias y bagaje cultural.
Nuestro compañero Alfredo elaboró un magnífico resumen del recorrido de Gabriel por el país asiático.
CHÀO GABRIEL
Al principio del relato, das prioridad a las alegrías o los
padecimientos de las personas sobre cualquier otro asunto, resaltas cómo la
elección de Obama solapó unas inundaciones que por habituales, parece que
hicieran menos dolorosa la pérdida de seres o bienes queridos. Ni siquiera les
quedó la mínima satisfacción de ver ganar a McCain y poder decir que tuvieron
“hospedado” al hombre más poderoso del mundo en su Hanoi Hilton.
Reconoces que el tiempo obliga a miradas epidérmicas que te
resignan al extravío. Observas que el Vietnam actual, oscila entre los viejos
comercios que no acaban de morir y los nuevos que no acaban de acomodarse. Como
esas chicas con pértiga, que desentonan con la economía emergente que hace
tiempo se desentendió de ellas.
Valoras más lo raro que lo estético de los lugares que
aparentemente uno no se debe perder. No malgastas alabanzas mil veces
repetidas, y te invaden pensamientos sartrianos al mezclarte con la multitud,
poco antes de ser redimido por el timonel del sampán. Sospechas que en la
bahía, un perro puede ser guardián o proteína según se presenten los días.
Señalas cómo trescientos mil muertos por los maremotos se
despachan en breves reseñas frente a la abrumadora información sobre otros muy
inferiores, pero de más prestigio, y la entereza con que soportamos los
desastres que no padecemos.
Nos informas de la absurda pretensión del buró político, por
acabar con el consuelo de las nobles enseñanzas de Buda, Confucio, Tao o
Jesucristo.
Recuerdas el error de crearte expectativas sobre los lugares
visitados, como si tuvieran la obligación de satisfacer nuestra hambre de
historias.
Comprobaste que en la ciudadela de Hué, nada queda por
robar. Gran expolio que queda reducido a travesura comparado con lo que hizo el
emperador con sus súbditos para costear y dar sentido a la expresión, lujo
asiático. El foso y la muralla garantizaban que los de dentro y los de fuera,
nunca cruzasen la mirada.
Nos cuentas que el gobierno actual, aprendida la lección de
su reciente historia, mantiene un sutil equilibrio entre la imagen al exterior
y no consentir discrepancias interiores.
Te sorprende que Hoi An sea la postal que todos tenemos en
mente, siendo la menos vietnamita de las poblaciones que visitaste.
Desde el tren disfrutaste de todos los matices del verde,
nos avisas que no confundamos la meta con el viaje, ni consideremos como una
victoria el haberle regateado unos céntimos a las mujeres de la pértiga.
Conmueve saber la historia de los “conlai”, niños mestizos,
hijos de soldados yanquis que se embadurnan con betún para camuflar su
blancura, repudiados y regalados en los pasillos de un tren. O cómo los
mutilados se lamentan por ser víctimas de bombas de la guerra que siguen
activas, o están agradecidos por no ser uno de los cinco mil que han muerto por
lo mismo.
En el delta del Mekong hiciste el benigno propósito de
renunciar a todo propósito, mientras hasta los árboles parecen hacer reverencia
a lo sagrado.
El lema: “Vietnam es un país, no una guerra”, pretende
separar esas palabras siamesas. Comparas el conflicto con esa esfera borgiana
en la que convergen todos los puntos de análisis. No ayuda el cine,
regodeándose en aldeas arrasadas, pero temeroso de provocar bostezos con el
porvenir de los bombardeados.
En Saigón notas la mayor pujanza del sur, la imposición de
símbolos comunistas nunca elegidos y la prohibición de subir chicas al hotel
que poco después, los mismos te ofrecen. Vertedero de occidentales que
incapaces de seducir a nadie, sonríen ante el rictus helado de las jovencísimas
chicas empujadas por la miseria.
CÁM ÒN
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